jueves, 12 de mayo de 2016

AQUEL TRAUMA LLAMADO CRUYFF por Juan Mari Montes




Aquel verano del 74, acabábamos de ver el Alemania Holanda en el televisor en blanco y negro del teleclub y al día siguiente todos queríamos ser Johan Cruyff. Claro, también estaban de naranja otras futbolistas legendarios como Rep, que luego vimos jugando en el Valencia, o Neesquens. Y de blanco, el gran Beckenbauer, aquel inaudito defensa central que sabía repartir juego; el torpedo Mueller, máximo goleador del torneo; Breitner, que con su peinado afro más que un futbolista parecía una estrella de música funky; o Maier, junto a Zoff, el mejor portero del mundo. Todos nos parecían de otra galaxia, antes de que al adjetivo galáctico lo prostituyese el talonario fácil de los nuevos directivos, pero el que molaba de verdad era Cruyff. Aunque sólo tuviéramos diez años y Cruyff se hubiera quedado con las ganas de proclamarse campeón del mundo, ya diferenciábamos lo que era ser un buen futbolista de lo que además de eso nos deslumbraba haciendo las cosas que los demás apenas soñaban.
Como Dios, Cruyff estaba en todas partes, jugaba de defensa, medio y delantero, tenía alas cosidas a la espalda, patas de gacela, ojo de halcón. Si no fuera imposible juraría que hasta le vi una vez sacar un corner y correr a rematarlo por la misma escuadra. Ahí le veíamos ordenar al equipo como si no hubiera otro entrenador en la banda, mearse a los defensas que por entonces salían con un hacha escondida en una espinillera, pararse en seco, meter la quinta, amagar mientras un contrario descarrilaba o dejarla de tacón para que otro con menos talento hiciese lo que a él no le motivaba.

Fue muy cruel aquella portada del As que anunciaba que Cruyff había elegido al Barça en vez de al Real Madrid para aterrizar en España una vez que se sintió aburrido de ganar ligas, copas de Europa y balones de oro con el Ajax. Ese terrible fichaje de Cruyff por el Barça, y que desde luego no curó ni la llegada de Netzer o Breitner al Real Madrid con los que se trató de curar nuestra herida, puede que fuera uno de los sucesos más dolorosos y traumáticos para aquella pandilla de chavales que nos entreteníamos con la cara de aquel flaquito holandés incrustada en las chapas. Hora es de confesarlo.

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