AQUEL
TRAUMA LLAMADO CRUYFF por Juan Mari Montes
Aquel
verano del 74, acabábamos de ver el Alemania Holanda en el televisor en blanco
y negro del teleclub y al día siguiente todos queríamos ser Johan Cruyff.
Claro, también estaban de naranja otras futbolistas legendarios como Rep, que
luego vimos jugando en el Valencia, o Neesquens. Y de blanco, el gran Beckenbauer,
aquel inaudito defensa central que sabía repartir juego; el torpedo Mueller,
máximo goleador del torneo; Breitner, que con su peinado afro más que un
futbolista parecía una estrella de música funky; o Maier, junto a Zoff, el
mejor portero del mundo. Todos nos parecían de otra galaxia, antes de que al
adjetivo galáctico lo prostituyese el talonario fácil de los nuevos directivos,
pero el que molaba de verdad era Cruyff. Aunque sólo tuviéramos diez años y
Cruyff se hubiera quedado con las ganas de proclamarse campeón del mundo, ya
diferenciábamos lo que era ser un buen futbolista de lo que además de eso nos
deslumbraba haciendo las cosas que los demás apenas soñaban.
Como
Dios, Cruyff estaba en todas partes, jugaba de defensa, medio y delantero,
tenía alas cosidas a la espalda, patas de gacela, ojo de halcón. Si no fuera
imposible juraría que hasta le vi una vez sacar un corner y correr a rematarlo
por la misma escuadra. Ahí le veíamos ordenar al equipo como si no hubiera otro
entrenador en la banda, mearse a los defensas que por entonces salían con un
hacha escondida en una espinillera, pararse en seco, meter la quinta, amagar
mientras un contrario descarrilaba o dejarla de tacón para que otro con menos
talento hiciese lo que a él no le motivaba.
Fue muy
cruel aquella portada del As que anunciaba que Cruyff había elegido al Barça en
vez de al Real Madrid para aterrizar en España una vez que se sintió aburrido
de ganar ligas, copas de Europa y balones de oro con el Ajax. Ese terrible
fichaje de Cruyff por el Barça, y que desde luego no curó ni la llegada de
Netzer o Breitner al Real Madrid con los que se trató de curar nuestra herida, puede
que fuera uno de los sucesos más dolorosos y traumáticos para aquella pandilla
de chavales que nos entreteníamos con la cara de aquel flaquito holandés
incrustada en las chapas. Hora es de confesarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario