CHAVELA por Juan Mari Montes
A sus noventa y tres tacos, cuando preparaba
su vuelta a los escenarios volvió a regresar Chavela Vargas en posición
horizontal pidiendo cama en el hospital. Dicen los diarios que cuando tuvo
fuerzas, llamó al médico y le advirtió al oído: “Si acaso ves que muero no
intentes resucitarme”. Esa es Chavela, mujer brava y excesiva, la misma que
ahora escucho cantar mientras escribo, con su voz rota de aguardiante: “Esta
noche yo quería que el mundo acabase y para el infierno el Señor me mandase
para pagar todos los pecados míos”.
En realidad, no es la primera vez que se
marcha Chavela. Ya estuvo otra vez de cuerpo presente durante demasiados años
entre la sordera general y los guardianes del orden y la buena moral. Eran
tiempos en los que su obcecada dedicación a la vida salvaje junto al impúdico
empeño por pregonar su lesbianismo en una sociedad tan machista como la
mexicana fueron creando un muro a su alrededor que pocos se aventuraron a
saltar. La recuerdo a finales de los setenta, cantando en directo en televisión
española interrumpiendo hasta tres veces su célebre canción “Macorina”. Luego
despareció. Fueron décadas de olvido hasta que precisamente algunos españoles
ilustres se conjuraron en los noventa para resucitarla: el librero Manuel
Arrojo, el cineasta Pedro Almodóvar, que la incluyó en sus bandas sonoras o el
cantautor Joaquín Sabina, que además de escribir canciones para ella, terminó componiendo
junto a Álvaro Urquijo el tema que convertiría a Chavela Vargas en personaje de
canción (“Por el bulevar de los sueños rotos”).
Me temo que ahora nos costará mucho más
olvidar a Chavela, pues su voz ya forma parte de nuestra vida y hemos mamado
con delectación lo que le ha dado a ella la real gana sean corridos, rancheras o
boleritos de la edad de oro de la música mexicana. Así que aquí seguiremos escuchando
su voz siempre rebelde y herida contándonos todo eso que sucede en la vida a
quien se apresta a exprimirla bien a fondo con sus amores, su jorongo, su entrepierna,
su poncho, su garganta y su piscina llena hasta el borde de buen tequila.
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