lunes, 5 de septiembre de 2011

OBITUARIO



Estábamos entretenidos contemplando uno de esos programas que nos disparan a traición por televisión. Concretamente ése en el que unos cuantos famosos de medio pelo abandonados en una isla gritan, se insultan y trepan a los árboles en busca de cocos intentando demostrar a los televidentes que la teoría de Darwin de que el hombre desciende del mono no es cierta sino todo lo contrario: En realidad es el hombre el que evoluciona hacia el mono. A pesar de todo mi chica se había encariñado con uno de aquellos personajes (el hijo de una tonadillera al que un ataque de gota estaba restándole ciertas facultades para la pesca submarina y otros menesteres ingratos de la supervivencia) y yo, sospecho que por incordiar, con otro (evidentemente la señorita de figura extraordinariamente escultural, a la que sin embargo, se le había descolocado un implante mamario al arrojarse al mar desde un helicóptero a una altura más que considerable). Así que ahí estábamos siguiendo sus vicisitudes cada uno animando al suyo, como hacen los buenos hinchas con su equipo.

De pronto sucedió. Fue un ruido realmente extraño como si el aparato hubiese emitido un eructo ante el empacho de tanta telebasura. Lamentablemente me equivoqué. Lo que en principio pareció un eructo, era un sibilino ataque al corazón que nos dejó la pantalla en un permanente fundido en negro tan oscuro como las alas de un cuervo. Raudos nos lanzamos a practicarle unos cuántos masajes cardíacos al mando a distancia como aconsejan los manuales de supervivencia. Nada que hacer. Tras veinte minutos, sin dar señales de vida, fuimos consciente de lo irreparable: Nuestro televisor acababa de fallecer.

Compungidos comenzamos a introducirlo en su ataúd de cartón y gomaespuma, le rezamos un padrenuestro y lo bajamos a hombros por la escalera para colocarlo en el maletero del coche y acercarlo junto a una corona de claveles al cementerio de electrodomésticos. Ahora viene lo más duro. Comunicar el fallecimiento a los chavales mañana cuando despierten a la hora del Club Disney. Así que aquí estamos mi chica y yo, jugándonos a los dados quien se encargará de comunicarles la triste noticia.

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