
A estas alturas supongo que ya todo el mundo sabe el motivo de los tan controvertidos entrenamientos a puerta cerrada del Fútbol Club Barcelona, ordenados por el Pep: Ha de trabajar diligentemente a salvo de las miradas indiscretas de periodistas y afición, todos esos simpáticos y alevosos movimientos sin balón del lateral brasileño Dani Alves.
Alves se apartará la mayor parte de su jornada de entrenamiento de los habituales ronditos en los que el Barça funda su filosofía de juego y su inconfundible y sublime estilo y tal vez en compañía de su segundo entrenador, Tito Vilanoba, el asesoramiento profesional de algún actor de teatro de los muchos y buenos que abundan en Cataluña, la colección de trucos de algún famoso prestidigitador y las improvisadas enseñanzas de algún santimbanqui de circo Internacional, ejercitará y perfeccionará esas piruetas que tanto nos asombran, esos saltos fingidos que sin remedio nos encojen el corazón, esas increíbles cabriolas que nos hielan la sangre y todos esos revolcones por la hierba y aspavientos que le están haciendo mundialmente famoso. Es por eso que cuando sobre el campo el jugador ve peligrar el resultado, su cuerpo técnico le hace un guiño para que ponga en práctica su completísimo repertorio. Sin duda lo hace tan rematadamente bien que todos nos levantamos de nuestros asientos llevándonos las manos a la cabeza como si Alves en vez de haber detectado que se iba acercando a sus inmediaciones el defensa Pepe, se le hubiera aparecido por sorpresa sobre el césped un toro de unos quinientos kilos y le hubiera clavado un asta en mitad del corazón.
Es después cuando vemos a Dani levantarse trotón del terreno de juego y salir disparado a disputarle el balón a Cristiano, Bencemá o cualquier otro, exhibiendo esa genuina sonrisa que Dios ha puesto en la boca de todos los jugadores brasileños, cuando nos damos cuenta de que el muy cuco sólo jugó con nosotros y le admiramos otra vez por su extraordinaria capacidad para romper los nervios del contrario y tangar al árbitro que como es natural se llevó la mano al bolsillo unos segunditos antes de arrepentirse.
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