El martes pasado que mi mujer regresaba de Angoûleme, tras pasar unos días acompañando a su madre recién operada, le pilló en plena autopista como a tantos otros automovilistas, el cambio de señalización, obligándola a circular con una velocidad máxima de 110 kilómetros por hora. Pues bien, al contrario de lo advertido y anunciado por tanto cenizo la semana pasada, mi mujer no se durmió al volante en ningún momento del trayecto debido a ese supuesto aburrimiento que le atacaría traicioneramente al tener que circular a tal velocidad. Qué raro. Y sobre todo, qué inmensa suerte, la que hemos tenido la familia: ni yo me he quedado viudo por tal circunstancia ni mis hijos se han quedado huerfanitos.
Por cierto, esta misma mañana que he vuelto a escuchar a un político de la oposición soltar la misma cantinela de que nos dormiremos circulando a 110, he estado interrogando un poco más a fondo a mi mujer: Le he dicho: Venga respóndeme con sinceridad: ¿Seguro que no te dormiste ni siquiera diez o quince minutitos mientras conducías?. Pero ella me repite que no y que me deje ya de tanta tontería. Es más, para conocimiento general, me ha llegado a confesar que ni siquiera usó el disco de AC /DC que le recomendé para mantenerse bien despierta y que tiró por la ventana el despertador que le planté en el salpicadero pues le distraía cada vez que sonaba ya que yo se lo había programado para que sonase cada cinco minutos. Y aún me dice faltona y desagradecida: “¿Pero qué falta me hacía el despertador si me has estado llamando por el móvil cada cinco kilómetros?”.
También me ha llegado a jurar que se estuvo fijando en los conductores que venían de frente y en la práctica, salvo un par de copilotos que si que parecían bien dormidos, no descubrió ni un solo conductor que llevase los ojos completamente cerrados. Y aquí es cuando le he dicho: “Mira, cielo, de eso no te fíes en absoluto, hay cantidad de gente que disimula pero que duerme con los ojos muy abiertos”.
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