lunes, 10 de enero de 2011

LO PROHIBIDO



Puede que sea a consecuencia del mono de fumador pasivo que he dejado de ser tan recientemente sin ayuda de unos cuantos parches de nicotina colocados estratégicamente sobre mi epidermis, sin infalibles trucos de psicología alternativa y sin milagrosos programas de desintoxicación preconizados por Leire Pajín, pero me pone realmente nervioso este argumento tan peregrino de esa impenitente chimenea que suelta con cara de sobrevenido anarquista: “No me gusta esta ley que no nos deja fumar ahí dentro porque es que yo no soy partidario de las prohibiciones”. Lo dice y se queda tan ancho lanzando sus preciosas volutas de humo al cielo ancho y puro de nuestras avenidas, mientras observa a través de la luna de una cafetería con mucha nostalgia el impoluto cenicero instalado en la barra.

Pues mire buen hombre, que yo sepa, prohibir es una de las obligaciones de cualquier legislador en una sociedad civilizada desde mucho antes incluso que los leones romanos acostumbrasen a merendarse a diario a unos cuantos cristianos en el Coliseo. Por eso también nos han prohibido, entre otras cosas, saltarnos los semáforos en rojo circulando a doscientos kilómetros por hora, romper la luna de cualquier supermercado para llevarnos un par de jamones serranos, arrojar a la suegra al río Tormes maniatada de pies y manos o clavarle un tenedor en el culo a cualquier fumador que no se vaya a echar su pitillo a la calle cuando nosotros estamos viendo en el televisor de un bar a qué velocidad se interna por la banda Cristiano Ronaldo, tras mearse a tres defensas contrarios.

Claro que a todos nos disgusta la palabra prohibir desde que los imprudentes de nuestros padres nos prohibieron las malas compañías dejándonos además de un poco aburridos, completamente solos. Es obvio. Pero seamos realistas, la naturaleza humana necesita unas cuantas normas de convivencia (lamentablemente atiborradas de todo tipo de prohibiciones) para que de algún modo podamos relacionarnos con ese ente, tan enigmático y respetable, que constituye esa masa informe que son los demás. Así que sí, a fumar, y ya sin el por favor, a la calle.

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