lunes, 29 de noviembre de 2010

PRESERVATIVO




De vez en cuando el Papa Benedicto XVI, como antes lo hicieron otros, nos formula sus curiosas teorías sobre ese artilugio del que tiramos en nuestros arrebatos de lujuria y que contra todo pronóstico, parece conocer con tanto detalle. Me refiero a ese dispositivo de látex de caucho natural, fino, liso, anatómico, transparente, con frecuencia lubricado, que conocemos con el nombre de preservativo. El Papa pontifica y nos deja a todos un poco atónitos, circunspectos, estupefactos, circunscriptos, atontados, es decir, pasmaditos, tanto a católicos, romanos y apostólicos como a esos otros espíritus que aún continúan tan felices sin domesticar en este valle de lágrimas.
Ahora nos perdona el uso del preservativo en algún caso excepcional (ojo, la excepción tiene su tela: “Cuando una prostituta lo utiliza como primer paso hacia una moralización”), pero sin embargo, sigue teniendo claro que el condón no sirve para esto que aseguran unánimemente todos los científicos y autoridades gubernativas y sanitarias mundiales: Es el método más eficaz para ayudar a prevenir embarazos y ETS como sífilis, gonorrea, infecciones por clamidias, herpes genital, hepatitis B o SIDA. Me pregunto cual será el fallo que ha encontrado el pontífice a su goma enemiga y que hasta la fecha no habían detectado los rigurosos y modernos controles de calidad efectuados por las empresas tecnológicas que los fabrican? ¿Algún pinchazo descubierto al trasluz en alguna unidad que él ha manipulado en busca de tara tras romper el envase por el área del abre fácil teniendo cuidadito con los bordes del propio envase, las uñas, anillos y otros objetos cortantes que dispone el diablo?
Alguien debería advertir a su Santidad que le fallan sus conexiones con la cruda realidad del SIDA y que sus estrafalarias teorías sobre el preservativo caen como una tormenta que ahoga el trabajo de tantos médicos, voluntarios y organizaciones que luchan por tratar de reconducir una enfermedad que en los países subdesarrollados mata diez veces más que todas las malditas guerras juntas. Y me temo que también le falla alguna conexión divina: esa que le grita que allá en el cielo llegan diariamente demasiados ángeles infectados de VIH.

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