lunes, 18 de octubre de 2010

LA CAMISETA DE RODRIGO CORTÉS




Me pregunto dónde habrá ido a parar aquella vieja camiseta con la que el director de cine Rodrigo Cortés recogía los mil premios que ganaba en sus inicios en todo tipo de festivales donde presentaba sus primeros cortos (“Yul” o “15 días”) y en la que podía leerse la siguiente inscripción: “El Alcalde de Salamanca me debe dinero”. ¿Acabó desteñida entre mondas de naranja y huesos de pollo en algún contenedor?. ¿Terminó convertida en la bayeta de limpiar el polvo a sus muchos trofeos?. ¿Fue a parar a una bolsa con ropa de segunda mano depositada en el portal que los vecinos legan a los necesitados?
Yo espero que Rodrigo Cortés la tenga bien guardada en un cajón junto con esos recuerdos que certifican los primeros sueños y decepciones de su obsesión por el cine. Aquella camiseta muy pronto valdrá una pasta en el mercado de fetiches cinematográficos. Seguramente más dinero que el que por aquel entonces le debía el Alcalde de Salamanca tras la promesa no cumplida de la subvención. Personalmente pienso que donde mejor estaría sería en manos de Pérez Millán. Él ya se encargaría de colocarla detrás de una vitrina en la Filmoteca junto a otros valiosos objetos del séptimo arte. Y tampoco vestiría mal en el coqueto hall de los Van Dyck junto al cartel de esa maravillosa película que es “Buried”.
Dice Rodrigo Cortés que ya tiene más que olvidado aquel viejo asunto que motivó la inscripción en aquella camiseta. Natural. Es inteligente gastar mejor cualquier energía en abordar nuevos retos que en saldar viejas cuentas pendientes. Sin embargo es un error que también lo olviden las instituciones salmantinas. La vieja camiseta de Cortés es la perfecta metáfora del trato de Salamanca a sus creadores. Escuchen hablar de nuestra tierra a cualquiera de los grandes directores de cine salmantinos: Martín Patino, García Sánchez, Antonio Hernández... Sintomático que sea el mismo discurso: El desdén de un ciudad arisca, cerrada, deprimente y fría con sus artistas a las que sólo comienza a regalar afecto cuando llegan de fuera exhibiendo los méritos que Salamanca les negó.

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