jueves, 26 de agosto de 2010

ÁNGEL por Juan Mari Montes


Algunos días me cruzo por el centro de Salamanca con Ángel, aquel estupendo futbolista que en los años setenta militó en el Real Madrid. Afortunadamente pertenezco al género tímido, así que me evito el ridículo de ponerme de rodillas a su paso y besarle los pies, que sería lo que procede ante cualquier héroe de infancia. En consecuencia, me limito a observarlo por el rabillo del ojo (como el mítico Andújar Oliver con aquellos penaltis que no detectaban ni mil repeticiones a cámara lenta) y a tirar de nostalgia, ese paraíso al que me gusta pirarme cuando observo este feo mercado bursátil para tiburones financieros en que se ha convertido nuestro fútbol.
Podría ser el equipo que salió alguna jornada de la temporada 78-79, o tal vez 79-80, a jugar contra el Barça o el Athletic de Bilbao. Miguel Ángel, Juan José, Stilike, Bonet, San José, Camacho, Juanito, Santillana, Ángel, Bernardo e Isidro. Alguno me sobra y alguno me falta, pero ésta es la fotografía de la plantilla que ahora mismo tengo de tapiz en mi ordenador como uno de los ejemplos previos a la brutal política de fichases astronómicos en la que los dos peces grandes se meriendan al resto de fauna marítima y aquí nunca gana el que se lo merezca sino el de más salvaje inversión, el fulano con la chequera más rápida del oeste, el jeque que presuma de tenerla más larga.
Ángel, en aquella plantilla, era mi futbolista. El modesto centrocampista al que al final del partido nadie le pedía la camiseta bien sudada. El obrero encargado de resolver el crucigrama táctico para que los balones que despejaba Stilike llegaran a la banda donde Juanito ejecutaba su dribling antes de centrar en busca del testarazo de Santillana. Ángel no se presentó en el Bernabeú tras el desembolso de una pasta gansa, ni se fue tras un partido de homenaje, ni siquiera vistió jamás la roja. Ángel fue el futbolista normal que ahora camina por las calles del centro de Salamanca sin que nadie le de la brasa preguntándole por qué le parece Özil. Pero qué grande a mis ojos.

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