miércoles, 21 de julio de 2010

ÁLVARO DEL BOSQUE






Contrastando con el asqueroso salivazo por la espalda de uno de los héroes del reciente campeonato mundial de fútbol a un directivo de la Federación Española, jaleado por otros dos de sus impresentables colegas (búsquenlo en el YouTube con la frase “salivazo de Piqué”, si tienen estómago para asimilar la cara oculta de tres intrusos en el extraordinario grupo humano que nos representa), ése otro hermoso y tierno episodio sucedido a bordo del autobús descapotable en el recibimiento de la selección española. Me refiero a la invitación de Vicente Del Bosque para que su hijo Álvaro, aquejado de síndrome de Down, acompañase a la comitiva en el recorrido triunfal por las calles de Madrid. Es otra de las virtudes de un entrenador que no solamente acaba de poner al fútbol español en el pedestal más alto de su historia sino que también ha dado mil muestras de nutrirse con ingredientes realmente escasos en las dietas de los deportistas de alta competición: humildad, educación, generosidad, saber estar.


Hubo épocas en que al discapacitado se le ocultaba con el mismo empeño que tratamos de esconder nuestros más íntimos defectos y vergüenzas. A esa tremenda putada de la madre naturaleza que es entregarte a este mundo con algunos de los sentidos o facultades mermadas, se le añadía el injusto castigo impartido por sus propios familiares de recluirlo en el rincón oscuro, justo ahí donde sobrevuelan los pájaros más cenizos de la depresión y la soledad más absoluta. La equivocación era colosal: Se confundía la enfermedad con el pecado, el capricho genético con la culpa, el azar imprevisto con nuestros más íntimos complejos. En realidad, no se hacia otra cosa que escupir contra la inocencia, manchar la nieve con nuestras botas bien sucias.


El gesto de Vicente Del Bosque es un ejemplo maravilloso para todas esas familias tentadas por las viejas costumbres. Otra muestra más de la grandeza y generosidad de este tipo del mostacho que dió sus primeras patada a un balón por las calles de mi barrio. Eso sí, Álvaro, no des tanto la barrila a tu padre con Güiza. Para ese puesto: mil veces mejor Llorente.

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