El hombre que jamás había leído un libro en toda su vida, llegó a los últimos párrafos de la última página de aquel objeto tan estrafalario con el que lo habían descubierto los vecinos por los aledaños del pueblo durante los últimos días en busca de encinas sobre las que recostarse y enfrascarse muy circunspecto en su contenido: “La reina miraba la luz de la antorcha con ternura. El rey, en cambio, miraba el suelo, con los ojos entornados y los recuerdos aullando en el corazón”. El título de aquel libro era “La batalla de Tebas”, una de las obras maestras de Naguib Mahfuz, un escritor que había conseguido a finales de los años ochenta el premio novel y que hoy estaba considerado, como uno de los más grandes narradores árabes del siglo XX. O al menos eso decía el texto de la contraportada.
El hombre que jamás había leído un libro hasta aquella mañana, acababa de cumplir hacía tres semanas 83 años y precisamente aquel libro era el regalo que su nieta le había enviado al pueblo. “Prométeme antes de abrir el regalo que lo vas a usar” decía la caligrafía redonda y esmerada de su nieta preferida. “Por supuesto que lo haré” juró el viejo ante un par de testigos mientras rasgaba el papel de regalo pensando en un frasco de colonia o una corbata como la que llegó el año pasado. Pero ahí estaba la sorpresa. Qué putada. Un libro. “A qué no hay huevos” le retó el bestia de su yerno. Así que tuvo que leerlo.
No. No fue una putada. El hombre que jamás había leído un libro ahora lloraba de emoción tras disfrutar de su regalo. Hechizado por las palabras y la historia de aquel libro, sentía que las últimas semanas habían sido probablemente las más felices de su vida, aparcando el mortal aburrimiento de aquel pequeño pueblo para viajar a la hechizante época del esplendor del Egipto faraónico. Su única angustia era el haberse perdido durante la mayor parte de su vida algo tan maravilloso y sobre todo, que aquel libro se hubiera terminado.
El hombre que jamás había leído un libro hasta aquella mañana, acababa de cumplir hacía tres semanas 83 años y precisamente aquel libro era el regalo que su nieta le había enviado al pueblo. “Prométeme antes de abrir el regalo que lo vas a usar” decía la caligrafía redonda y esmerada de su nieta preferida. “Por supuesto que lo haré” juró el viejo ante un par de testigos mientras rasgaba el papel de regalo pensando en un frasco de colonia o una corbata como la que llegó el año pasado. Pero ahí estaba la sorpresa. Qué putada. Un libro. “A qué no hay huevos” le retó el bestia de su yerno. Así que tuvo que leerlo.
No. No fue una putada. El hombre que jamás había leído un libro ahora lloraba de emoción tras disfrutar de su regalo. Hechizado por las palabras y la historia de aquel libro, sentía que las últimas semanas habían sido probablemente las más felices de su vida, aparcando el mortal aburrimiento de aquel pequeño pueblo para viajar a la hechizante época del esplendor del Egipto faraónico. Su única angustia era el haberse perdido durante la mayor parte de su vida algo tan maravilloso y sobre todo, que aquel libro se hubiera terminado.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LA GACETA EL 10 DE NOVIEMBRE DE 2009
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