miércoles, 7 de septiembre de 2016


REPORTEROS DE GUERRA por Juan Mari Montes
 
 
 

“Lo que quiero es que a la gente, cuando abra el periódico por la mañana, se le atragante el café” le explica Rebecca, una de las fotógrafas de guerra, a su hija, en uno de esos escasos periodos de felicidad de vuelta al hogar. La escena pertenece a una muy recomendable película de Erick Poppe titulada “Mil veces buenas noches”, en la que narra la historia de esta fotógrafa interpretada por la francesa Juliette Binoche y el danés Nikolaj Coster-Waldau. Película que en efecto, me acaba de atragantar el café.
El director Erick Poppe también fue fotógrafo de guerra y desde luego, parece que sabe muy bien lo que filma. Me temo que ese es el motivo por el que la película parece tan absolutamente real y sincera. También el motivo por el que nos cuela tan fácilmente en esta historia terrible que seguimos como si fuéramos los que estamos disparando detrás del objetivo oliendo la pólvora, pero también presos de ese vértigo de querer seguir cumpliendo con lo que intuimos que es nuestro deber solidaridad: ampliar el eco de los gritos desesperados que se escuchan allá. Así es como nos colocamos en la furgoneta de una mujer suicida que se dispone a estallar una bomba en Kabul y saltamos por los aires, antes de volver a casa, con un pulmón perforado y mucha metralla en los oídos. A la vuelta a casa, tropezamos con ese otro problema más íntimo y familiar. La tormenta emocional que se desata en casa cuando el marido de la fotógrafa se niega a seguir soportando la peligrosa vida que lleva su mujer, madre de dos niñas que hacen preguntas entre la inocencia, el abandono y el miedo a no volver a ver a su madre con vida.
No voy a destriparles la película, pero ahí queda para la reflexión esta película que hurga como un bisturí en ese dilema moral de cerrar los ojos a la barbarie e injusticia de allá o arriesgar la vida y la felicidad de nuestra gente por ponernos delante de los ojos todo lo que está ocurriendo ante un mundo que rueda despreocupado e indiferente. Pero en efecto, me pregunto qué sería del mundo sin la valentía de la gente que sigue ahí, recorriendo infiernos, para hacernos atragantar el café cada mañana al abrir cada el periódico.
 
 

 

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