REPORTEROS DE GUERRA por Juan Mari Montes
“Lo que quiero
es que a la gente, cuando abra el periódico por la mañana, se le atragante el
café” le explica Rebecca, una de las fotógrafas de guerra, a su hija, en uno de
esos escasos periodos de felicidad de vuelta al hogar. La escena pertenece a
una muy recomendable película de Erick Poppe titulada “Mil veces buenas
noches”, en la que narra la historia de esta fotógrafa interpretada por la
francesa Juliette Binoche y el danés Nikolaj Coster-Waldau. Película que en
efecto, me acaba de atragantar el café.
El director
Erick Poppe también fue fotógrafo de guerra y desde luego, parece que sabe muy
bien lo que filma. Me temo que ese es el motivo por el que la película parece
tan absolutamente real y sincera. También el motivo por el que nos cuela tan
fácilmente en esta historia terrible que seguimos como si fuéramos los que
estamos disparando detrás del objetivo oliendo la pólvora, pero también presos
de ese vértigo de querer seguir cumpliendo con lo que intuimos que es nuestro deber
solidaridad: ampliar el eco de los gritos desesperados que se escuchan allá.
Así es como nos colocamos en la furgoneta de una mujer suicida que se dispone a
estallar una bomba en Kabul y saltamos por los aires, antes de volver a casa,
con un pulmón perforado y mucha metralla en los oídos. A la vuelta a casa, tropezamos
con ese otro problema más íntimo y familiar. La tormenta emocional que se
desata en casa cuando el marido de la fotógrafa se niega a seguir soportando la
peligrosa vida que lleva su mujer, madre de dos niñas que hacen preguntas entre
la inocencia, el abandono y el miedo a no volver a ver a su madre con vida.
No voy a
destriparles la película, pero ahí queda para la reflexión esta película que
hurga como un bisturí en ese dilema moral de cerrar los ojos a la barbarie e
injusticia de allá o arriesgar la vida y la felicidad de nuestra gente por
ponernos delante de los ojos todo lo que está ocurriendo ante un mundo que
rueda despreocupado e indiferente. Pero en efecto, me pregunto qué sería del
mundo sin la valentía de la gente que sigue ahí, recorriendo infiernos, para hacernos
atragantar el café cada mañana al abrir cada el periódico.
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