sábado, 9 de octubre de 2010

SIN MÓVIL




La semana pasada perdí el teléfono móvil y la verdad es que aunque durante los primeros minutos me invadió un tremendo ataque de ansiedad y pánico, con el transcurso de las horas, fui comprobando que no ocurría nada irreparable por tal motivo, es decir, me pareció que se puede sobrevivir perfectamente sin él. Es más, yo diría que incluso se puede volver a disfrutar de la vida sin él. De modo que prueben ustedes una temporada si quieren vivir la reconfortante experiencia. Ojo, no digo que lo desconecten un par de horas durante la siesta, durante un concierto de música de cámara, o durante una de esas plomizas conferencias que imparte el señor Mañueco sobre la grandeza de nuestra Fiesta Nacional, sino que salgan a la calle y lo arrojen sin reparo en el primer contenedor habilitado para ello que encuentren instalado en la acera.
Verán ustedes que sabiendo que no cantará su politono ese grillo que acostumbramos a llevar guardado en el bolsillo junto a las llaves y la cartera, uno camina por las aceras con la sensación de recuperar ciertos movimientos de autonomía propia que teníamos absolutamente perdidos, oxidados el pozo oscuro de los tiempos más remotos y los recuerdos más silvestres. Se trata de volver a cortar ese cordón umbilical con el que nos dejó bien atados por los tobillos la astuta compañía telefónica, esos hilos de la marioneta que somos con los que nos manejan desde sus casas, oficinas y despachos nuestras parejas, nuestros jefes, nuestros surtidores de noticias, nuestros padres espirituales, nuestros colegas de frontenis, nuestros confidentes sentimentales, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros políticos en permanente campaña, nuestros viejos amores, nuestros charlatanes de todo tipo de promociones.
En realidad es como volver a cosernos dos alas en la espalda para andar ligeros y despreocupados por el mundo como ariscos adolescentes en busca de maravillosas experiencias que esta vez nadie podrá interrumpir dejando un poco inconclusa nuestra fiebre de vida. Un momento, me llaman por el portero automático. Les dejó. Acaba de llegar un mensajero a casa. Efectivamente, me trae mi nuevo teléfono móvil.

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