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A veces en prensa aparece detallada toda la pasta gansa que se mete en el bolsillo esa tribu tan preocupada por el bien común que conocemos como clase política. Si se fijan son siempre así: cifras salvajes que asustan, independientemente de que retribuyan a estrategas de esos que sabemos que prioritariamente luchan por los intereses de los más pudientes o de esos otros que parecen más cercanos al humilde trabajador. Personalmente y aunque esto sea tan peligroso para la higiénica transparencia de un estado democrático, uno preferiría mil veces que nos las ocultarán. Me pone de tremenda mala hostia saber lo que se embolsan éstos pájaros que tanto se llenan la boca con los ideales de justicia, ética y solidaridad. Eso sin tener en cuenta que el cometido para el que los elegimos lo cumplen, salvo excepciones, tan rematadamente mal.
La semana pasada aparecía Rajoy posando para el periódico El Mundo, junto a unos cuantos parados que hacían cola en las oficinas del INEM. ¿Qué pretende que nos creamos con tal fotito? ¿Que padece la misma angustia que cualquiera de los cuatro millones de parados españoles? ¿Nos toman por imbéciles? Ni el más tonto de la clase podrá jamás creerse que trincando lo que trincan pueden llegar no solamente a sentir lo que siente un parado sino tampoco lo que pueda sentir cualquier familia normal que vive los apuros de estos tiempos de crisis.
Y evidentemente no sólo sentir sino tampoco legislar, preocuparse, gestionar con justicia y solidaridad para que estas familias tengan una vida más fácil y puedan acceder a los servicios y necesidades más básicas. Pero claro, nosotros apenas si podemos elegir a unos cuantos de nuestros políticos. Jamás nos darán la oportunidad de decidir cual será el ético sueldo que debemos pagarles por el trabajo que desempeñan. Eso lo deciden solamente ellos, reunidos consigo mismos en orgía contranatura -los de derechas, los de izquierdas y los de centro-, alcanzando con sorprendente y extraordinaria facilidad lo que en ninguna otra cosa consiguen: la milagrosa concordia. Lástima que sólo sea para seguir embolsándose esas cifras bestias que tanto nos marean.
Publicado originalmente en La Gaceta el 26 de enero de 2010
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